sábado, 28 de abril de 2012

Londres


He estado viendo llover todo el día. Me gusta, me reconforta. Me hace pensar en esa otra ciudad. Londres. Con su permanente y eterna lluvia.
Yo era muy joven, demasiado joven para apreciar, demasiado vieja ya para cambiar. Allí pase algunos años de mi vida, los más importantes. Los años en los que uno esta lleno de luz, de proyectos, ilusiones. Algunos de todos esos sueños se quedaron en eso, en sueños.
De Londres recuerdo su olor constante a suelo mojado, a extranjero que como  yo se intentaba buscar un hueco entre tanta pisada. Siempre con ese color gris, un color que se metía en los más dentro de tu ser. El Támesis se me antojaba siempre triste y quieto, como si estuviera llorando…demasiada lluvia, me solía decir, demasiada oscuridad. Pero por otro lado, Londres siempre permanecía abierta, despierta, viva, nunca cerraba las puertas, ni las ventanas. En aquellos años, se convirtió en la ciudad de paso de muchos, que al igual que yo, íbamos por el mundo sin ir en el. Tuve muchas casas, y visité muchas habitaciones, sin embargo a ninguna pude llamar casa, ni hogar, ni sentir el calor que tanto extrañaba en las noches de invierno. El último año, viví en el barrio de Willesden Green, la línea gris de metro, también llamada la Jubile Line. Mi habitación estaba encima de un restaurante hindú, y en verano cuando el tiempo me lo permitía y abría las ventanas, subía procedente del local el olor a Curi tan característico de la cocina hindú. Muchos viernes acababa cenando allí. Me gustaba ese cuarto, la ventana daba a una calle principal, y solía pasarme largas horas viendo a la gente pasar. Si algún día salía el sol subía al tejado, desde allí cambiaba la perspectiva, desde allí me sentía alta, grande, intocable, ausente de todo.
Londres y sus grandes parques, Hyde Park y sus patos. Londres y sus barrios, Londres y sus bares, su gente. Recuerdo que solía ir a un bar en una de las zonas del río, Hammersmith, desde allí el Támesis era precioso, sublime, mágico cuando al atardecer el sol decaía en sus orillas, entonces me tomaba mi cerveza sintiéndome orgullosa de formar parte de aquel paisaje. Aunque me sentía sola estando rodeada de tanta gente, sola y lejana de todo aquello que era mío.
Cuando me fui de allí para siempre, la ciudad de Londres se vino conmigo, la llevo dentro , la recuerdo, la pienso, la escribo, la añoro. Y por eso cuando veo como la lluvia golpea con fuerza las ventanas de mi casa, no puedo evitar sentirme gota golpeando los cristales. Como esas gotas de Londres, pero sin la misma tristeza.

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